mixtaisabel
jueves, 30 de octubre de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
EL
LAGO AZULADO
Todo empezó una tarde de
vacaciones de verano.
Héctor era un niño de ojos
azules, era muy gracioso y estudioso.
Vivía en Roma, Italia. Como todas las vacaciones, sus padres y él van París.
Pero este año, iba a ser diferente. Su madre le había dicho que se iría a ir a Sobión de Pabena, en Ciudad Real. Se iría
solo con su perra, Roca, porque allí vivían
sus tíos Laura y José.
Una vez en Sobión de Pabena,
sus tíos le enseñaron la casa. Era enorme, junto a una granja con todo tipo de
animales, hasta tenían un perro que se llamaba Tino. Roca y Tino se hicieron muy amigos.
Sus tíos decidieron ir a
comer a un restaurante que se llamaba “La sonrisa”, donde se comía muy bien. Luego,
aprovecharon a enseñarle el pueblo. No era muy grande ni muy pequeño.
Por la tarde, fueron a la
piscina natural (el río). No había casi niños, uno o dos. Uno que estaba cerca
de ellos parecía muy solo y triste. Héctor se acercó y le dijo:
-
Hola, me llamo Héctor, ¿y tú?
-
Hola, yo me llamo Alejandro.
-
¿Vienes a darte un baño?
-
Vale.
Ahora, Héctor y Alejandro,
se lo pasaban muy bien, y no querían irse cuando fue la hora de marcharse.
Cuando llegaron a la casa,
Roca y Tino se lo pasaban genial. Cenaron y vieron una película, Harry
Potter y la piedra filosofal. Luego, se
fueron a dormir.
A la mañana siguiente, le
despertaron los gritos de unos niños que jugaban por ahí. Bajó a desayunar. Había
un montón de comida en la mesa, todo tipo: fruta, zumos, tortitas, cereales,
leche, tostadas, galletas… podría seguir diciendo más, pero nos tiraríamos
años. Luego, salió y le dio la comida a
Roca. Sus tíos, estaban fuera con los
animales. Fue hacia ellos y les ayudo a coger los huevos de las
gallinas, cepillar a los caballos y ordeñar a las ovejas. También, salió a
correr con Roca y Tino por el pueblo y de
paso, cogió el pan. Casi toda la gente (o toda) se preguntaban qué hacia ese niño por allí, porque en otro
pueblo muy cercano había un niño que se parecía mucho a él, (los dos pueblos se
llevaban muy mal) y la gente se metía con él. Al final, sus tíos tuvieron que
ir a solucionar el problema, porque si no, se tiraban piedras.
Después, cada día, iba a
correr con los perros a un bosque que rodeaba el pueblo. En él había un lago.
Llamaban al lago el lago azulado, porque era muy transparente.
Un día, corriendo por allí,
se paró a tomar aire y una especie de mano, viscosa y verde le agarró y le tiró
hacia el lago. Cada vez, iba más abajo.
Por más que quisiera, no podía subir hacia arriba. Mientras bajaba, oía a los
perros ladrar. Héctor se decía para así mismo, que se ahogaría y no podría
respirar si no subía. Pero no ocurría nada, Héctor no se ahogaba ni nada.
Siguió bajando, hasta el fondo y cuando llegó, no se podía creer lo que veían
sus ojos. Había una ciudad sumergida, pero no solo había peces, los habitantes
de aquella ciudad, eran personas. Podían respirar gracias a unas bolas de
chicle. La gente, salía de sus casas para ver a Héctor. Nunca recibían visitas
del exterior. Una niña, guió a Héctor hasta una especie de palacio en el que le
contó la leyenda de aquel lugar extraño y que estaban esperando una persona del
mundo de arriba para ayudarles y que él era el elegido. Le dijo que tenía que
traerles una piedra que se encontraba en una cueva en la que no se sabía lo que
había. Cuando se la llevara, esas personas podrían ser otra vez normales y volver
al mundo exterior.
Héctor, se fue a casa. Sus
tíos estaban muy asustados, pero cuando le vieron llegar, se despreocuparon. No
les contó nada de lo que había pasado, porque no le creerían.
Al día siguiente, Héctor, en
vez de ir a correr con los perros, fue a casa de Alejandro a pedirle una bici.
Luego, Héctor se fue hacia la cueva donde se encontraba la piedra. Dejó la bici
a la entrada y encendió la linterna. Menos mal, que llevaba una linterna,
porque había un agujero grande. La saltó, y por poco se cae. El pie izquierdo,
se le fue y no lo apoyó en la tierra,
pero se consiguió salvar.
Siguió caminando, y lo que después
se encontró, fue un camino sin salida. Se puso a buscar una, pero no vio
ninguna. Desesperado, se iba a ir, pero entonces, vio jeroglíficos por las
paredes. Al principio, no los entendía, pero luego supo que decían:
“Si estás buscando la
piedra, corre hacia la pared de tu izquierda, pásala, y la encontrarás
Héctor decía que se iba a
estampar, pero viendo que no le quedaba otra solución, fue corriendo y la traspasó. Al otro lado, había
un camino estrecho, lo siguió y llegó hasta el vacío. Enfrente de él, brillaba
una lucecita azul, la piedra. Encontró una cuerda cerca, no se le daban muy bien
los lanzamientos de lazo. Pero lo intento, y al tercer intento lo enganchó.
Pasó al otro lado y cogió la piedra. Entonces, se abrió otro pasadizo que
llevaba hasta la luz. Salió y se dirigió hasta el lago. Se tiró, fue hasta el
fondo y la niña allí le esperaba. Le dio la piedra. La niña, llamó a todos los
cuídanos para que fueran al palacio.
Cuando estuvieron todos, les froto la piedra en el brazo para que todos
volvieran a ser normales y subir al exterior. Como ya no podían respirar allí
abajo, subieron a la superficie y fueron felices para siempre.
Cuando la niña se acostumbró a la vida del exterior, se hizo
muy amiga de Héctor. Con el paso de los años, se casaron. Comieron perdices y
nos dieron con los huesos en las narices.
domingo, 24 de noviembre de 2013
LA NAVIDAD
LAS NAVIDADES YA VIENEN,
LAS NAVIDADES YA SE VAN,
PERO NUESTRO AMOR ES TAN GRANDE,
QUE JUNTOS NUNCA NOS SEPARARÁN.

jueves, 21 de noviembre de 2013
El gato
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Estaba yo un día por la noche en mi casa cuando salí a por
agua. No vi a mi perro en el jardín, oí ladridos. Probenian de la parte trasera
de la casa. Dejé el agua para otro momento.
Me aproximé donde estaba el perro. Cogí una linterna y
observé.
Lo que encontré no era otra cosa que un gato. Estaba en lo
alto de un arbusto. Era un gato pequeñísimo, blanco y de ojos azules. No sabía
como cogerlo, pero al final se me ocurrió. Lo único que había que hacer era
coger un cubo, el cepillo de barrer y una linterna.
Alumbré al romero, pero el gato no estaba. En lo que había
ido a coger las cosas se fue.
Como no encontré al gato, solté al perro, y él, lo encontró.
No era de esperar que el perro cogiera el gato.
Mi hermano me ayudó. El agarró al perro y yo tapé al gato
con un cubo. Luego cogimos el cubo con el gato. Salimos de casa, dirección al
río.
Casi toda la calle estaba alumbrada por las farolas. Menos
al llegar al río.
Nosotros seguíamos caminando. Entonces nos adentramos en la
oscuridad, pasando un miedo terrible, aunque llevábamos linternas, Los
ronquidos de los caballos nos hacían creer que había alguien detras de
nosotros. Llegamos al río. Volcamos el cubo y lo levantamos. No caía nada. Pero
el gato estaba dentro. Seguíamos en plena oscuridad, las hojas se movían. Al
final conseguimos soltar al gato en la orilla del río.
Salimos corriendo como si un toro nos persiguiera, ¡ Mi
hermano me rompía los tímpanos!. Chillaba a más no poder.
Volvimos a casa, y decidimos escribir este cuento que ahora
oís todos.

ISABEL MARTÍN RODRÍGUEZ
domingo, 27 de octubre de 2013
sábado, 26 de octubre de 2013
SOPA DE LETRAS
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1Borde Collie
2 Caniche
3 Pastor Alemán
4 Golden
Retriever
5 Doberman
6 Pastor Shetland
7 Labrador
8 Papillón
9
Rottweiler
10 Cattle
Dog
11 Pembroke
12
Schnauzer
13 Springer
14 Pastor
Bélga
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