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Estaba yo un día por la noche en mi casa cuando salí a por
agua. No vi a mi perro en el jardín, oí ladridos. Probenian de la parte trasera
de la casa. Dejé el agua para otro momento.
Me aproximé donde estaba el perro. Cogí una linterna y
observé.
Lo que encontré no era otra cosa que un gato. Estaba en lo
alto de un arbusto. Era un gato pequeñísimo, blanco y de ojos azules. No sabía
como cogerlo, pero al final se me ocurrió. Lo único que había que hacer era
coger un cubo, el cepillo de barrer y una linterna.
Alumbré al romero, pero el gato no estaba. En lo que había
ido a coger las cosas se fue.
Como no encontré al gato, solté al perro, y él, lo encontró.
No era de esperar que el perro cogiera el gato.
Mi hermano me ayudó. El agarró al perro y yo tapé al gato
con un cubo. Luego cogimos el cubo con el gato. Salimos de casa, dirección al
río.
Casi toda la calle estaba alumbrada por las farolas. Menos
al llegar al río.
Nosotros seguíamos caminando. Entonces nos adentramos en la
oscuridad, pasando un miedo terrible, aunque llevábamos linternas, Los
ronquidos de los caballos nos hacían creer que había alguien detras de
nosotros. Llegamos al río. Volcamos el cubo y lo levantamos. No caía nada. Pero
el gato estaba dentro. Seguíamos en plena oscuridad, las hojas se movían. Al
final conseguimos soltar al gato en la orilla del río.
Salimos corriendo como si un toro nos persiguiera, ¡ Mi
hermano me rompía los tímpanos!. Chillaba a más no poder.
Volvimos a casa, y decidimos escribir este cuento que ahora
oís todos.
ISABEL MARTÍN RODRÍGUEZ
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